A modo de introducción
¿Sabías que la Cuaresma es un tiempo de peregrinación espiritual? En este recorrido vivimos la esperanza de que, al llegar a nuestra meta, la Pascua, vamos a encontrarnos con Cristo resucitado.
En este caminar experimentamos la bondad de Dios que nos invita a la conversión sincera, al tiempo de que nos hacemos instrumentos de misericordia al solidarizarnos con los demás.
Por medio de la Cuaresma la Iglesia nos invita a prepararnos
para su mayor celebración: La Pascua de Resurrección. Toda la vida de la Iglesia,
como pueblo de Dios, gira en torno al acontecimiento del sacrificio de Cristo
en la cruz y su gloriosa resurrección.
Para vivir adecuadamente esta gran festividad debemos
preparar el corazón. Por eso existe la Cuaresma, como proceso de preparación.
Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha ido
perdiendo el sentido de las prácticas cuaresmales. El sentido penitencial y de
conversión ha sido incomprendido por algunos creyentes católicos, a veces por desinformación, por banalidad o por la influencia de otras denominaciones cristianas.
Hoy, meditaremos en el sentido de este tiempo litúrgico partiendo de las lecturas bíblicas correspondientes al Miércoles de Cenizas.
«Joel 2, 12-18: Un llamado a la conversión del Corazón»
La Cuaresma es un camino de conversión. Durante
cuarenta días nos exigimos espiritualmente y nos examinamos interiormente para llegar a la Pascua con un
corazón adecuado para recibir la alegría de Cristo resucitado.
En la primera lectura de este Miércoles de Cenizas, el profeta Joel nos muestra la necesidad de la conversión para acercarnos de una manera más adecuada al Señor.
Sin embargo, es necesario puntualizar, que la conversión es algo que se debe aspirar cada día. Es un trayecto que se recorre a diario y para esto se necesita vivir con actos concretos la decisión de cambiar para acercarnos con sinceridad a Dios.
El autor sagrado plantea el ayuno como un acto
concreto de desapego para convertir el corazón. Es una manifestación externa de
la decisión interior de convertirnos.
El profeta señala la necesidad de realizar ayuno como
instrumento de encuentro con el Señor. Es, a través de este sacrificio que nos
desapegamos de ciertos placeres, para lograr disciplinar nuestro espíritu y
acercarnos más a Dios, buscando su misericordia.
«Salmo 50 (51): Suplicando la Misericordia de Dios»
Con el salmista respondemos a la necesidad humana de
reconocer nuestra fragilidad personal. Somos seres imperfectos que necesitamos
conversión. Al suplicar al Señor que se compadezca de nosotros le pedimos que
ponga su corazón en nuestras miserias.
David, al momento de escribir este salmo se había
apartado de Dios. Había cometido una serie de pecados abominables para dar pie
a las apetencias carnales. Sin embargo, reflexionó sobre sus errores y se arrepintió para volver a restaurar su relación
con Dios.
Cada día de la Cuaresma
debe ser un recordatorio de nuestra fragilidad personal y nuestra necesidad de
recibir esa misericordia de parte del Señor.
«2 Corintios 5, 20-6,2: La Cuaresma y el deseo personal de volver al Señor»
La Cuaresma nos ayuda a reflexionar. No sólo es una
propuesta de parte de la Iglesia a que ayunemos o nos abstengamos de consumir
carne, es un espacio para meditar qué lugar le estamos dando al Señor en
nuestras vidas.
Es, también, una oportunidad para que meditemos en
torno a cuáles son esas acciones que realizamos que nos llevan al pecado y nos
apartan del Señor.
Con la Cuaresma, la Iglesia nos otorga la oportunidad
de meditar en el sacrificio de Cristo, que se «hizo el cordero inmolado en la cruz
para expiar nuestros pecados», tal y como se ofrecían los sacrificios en el Antiguo
Testamento. Ese que no había pecado «Dios lo convirtió en expiación para
redimirnos a todos».
En esta segunda lectura se nos apremia a algo
significativo «No echar en saco roto la gracia de Dios». En la sociedad actual todo
está orientado al consumo, la banalidad y el individualismo, provocando que apartemos
la mirada de aquellas cuestiones trascendentales como la fe compartida en comunidad,
la gracia y la fidelidad personal a Dios.
Es un llamado a no dejarnos cegar por las luces artificiales
que proyecta el mundo, que nos terminan llevando a la oscuridad, sino a dejarnos
iluminar por la gracia que otorga el amor misericordioso de Dios.
«Mateo 6, 1-6. 16-18: Practicando la justicia con misericordia»
¿Qué es practicar la justicia desde la perspectiva de Jesús?
En el evangelio de Mateo nos encontramos a Jesús enseñando
sobre las prácticas de justicia, ¿pero a qué se refiere?
Desde la perspectiva bíblica practicar la justicia es «dar
a cada quien lo que le corresponde». Cuando actuamos con justicia somos
solidarios con quienes menos tienen, acudimos con corazón dispuesto a
encontrarnos con Dios mientras oramos y nos desapegamos de las apetencias
pasajeras para profundizar nuestro encuentro con el Señor.
Cada Miércoles de Cenizas —y durante toda la Cuaresma—
la Iglesia nos invita a practicar con fervor esta enseñanza de Jesús.
Es necesario puntualizar que, al practicar la justicia, lo hacemos apelando a la misericordia de Dios. Esperando que él nos revitalice. Que al mirar nuestra fragilidad nos fortalezca, que al escuchar nuestro clamor llene nuestras almas de paz y al ver nuestra solidaridad nos llene de bienes celestiales.
Hacer limosna: La solidaridad con los que necesitan
Cristo nos invita a ser solidarios. Nos dice que
debemos dar a quienes tienen menos. Pero ¿ese darle a los demás se restringe
exclusivamente a dar limosna? Probablemente sí. Sin embargo, es adecuado que
ampliemos nuestra perspectiva a la hora de ser solidarios.
En nuestra época hay carencias más allá que las económicas.
Existen personas que quizás no tengan necesidad de nuestra solidaridad con
bienes materiales, sino que su necesidad es de afecto, comprensión o
misericordia.
En este evangelio Cristo nos exhorta a que la
solidaridad se debe realizar desde la discreción.
La vida de oración
La Cuaresma es un tiempo de gracia que nos permite acudir
más a la oración. Tanto a la oración personal como a la comunitaria.
El ritmo de vida actual nos dificulta sacar tiempo
para la reflexión. Queremos estar siempre conectados a través de las redes
sociales. Sin embargo, al estar más pendiente en navegar en Internet nos
descuidamos de «remar mar adentro» en nuestro interior y hacer oración.
¿Con qué frecuencia sacamos tiempo para orar a solas y
conversar con Dios de nuestra realidad?
La gracia de la oración comunitaria
Uno de los beneficios que otorga al alma el tiempo
cuaresmal es una oportunidad invaluable para realizar oración en comunidad.
Los viacrucis cada viernes o la experiencia colectiva del ayuno y la abstinencia propuesto en el cuarto mandamiento de la Iglesia, nos brindan una oportunidad valiosísima para unirnos como hermanos.
Entrar en tu cuarto: La introspección y el encuentro con Dios
Pero ¿por qué nos sugiere Jesús en este evangelio
hacer introspección cuando oramos? Para encontrarnos. Cuando nos adentramos en nuestro
interior tenemos la oportunidad de examinarnos mejor de vernos y evaluarnos,
acompañados con nuestro Creador.
Al entrar en nuestro ser, mientras oramos, practicamos
justicia con nosotros mismos. Nos damos la oportunidad de hacer una pausa y ver
qué hay en nuestro corazón.
El ayuno como practica de justicia
Como hemos mencionado, la Iglesia manda a sus miembros a ayunar. El cuarto mandamiento de la Iglesia lo establece.
Pero ¿para qué se
ayuna? Esta práctica de justicia tiene un propósito muy importante en el
crecimiento de la fe: Es una oportunidad para que el individuo ejerza dominio
propio, fortalezca su vida espiritual y recuerde el sacrificio de Cristo uniéndose
más a él.
Cuando practicamos la
justicia nos acercamos más a vivir lo que nos propone Jesús en el evangelio de Lucas
6, 36 de «ser misericordiosos como el Padre Celestial es misericordioso».
¿Son inventos de la Iglesia El ayuno y la abstinencia?
Como institución la Iglesia puede establecer pautas a
sus fieles de cómo vivir la fe. Incluso, es algo establecido por el mismo Jesús
en el evangelio de Mateo 16, 19 cuando le dice a Pedro: «Y a ti te daré las
llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en
los cielos; y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos»,
es decir, la Iglesia, fundamentada en los apóstoles, tiene potestad de establecer
acciones en favor de sus miembros.
Pero, esta práctica de justicia no empezó con la Iglesia,
pues era algo común en la comunidad judía.
En el libro de Éxodo 34:28, vemos cómo Moisés estuvo
cuarenta días y cuarenta noches en presencia de Dios, en el Sinaí, sin comer ni
beber, mientras escribía el Decálogo.
La convocatoria al ayuno y la abstinencia también tiene
su fundamento bíblico. En Levítico 16:29 el Señor estableció un estatuto relacionado
a dedicar un día a la abstinencia. A este se le conocía como Día de la Expiación.
Otro ejemplo de la convocatoria al ayuno y la oración
se encuentra en el capítulo tres de la profecía de Jonás. En este se describe cómo
el pueblo se arrepintió de sus pecados y ayunó luego de la predicación de Jonás
y cómo Dios tuvo misericordia de ellos.
En el capítulo 58 de la profecía de Isaías también encontramos un fundamento de la gracia que imprime en el alma el propósito de realizar ayuno. «¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y ceniza? ¿Llamaréis a esto ayuno, y día agradable al Señor?»
El ayuno y la abstinencia en la Iglesia como pueblo de Dios
En definitiva, ¿por qué ayunamos los católicos? Para prepararnos espiritualmente y convertirnos de corazón. La conversión es algo de todos los días, pero es necesario un tiempo intenso de preparación para vivir con mucho más fervor nuestra fe.
La Cuaresma como camino hacia la Pascua
La penitencia cuaresmal no es un fin en sí mismo, todo lo contrario, es una antesala para algo mucho mayor.
En la Cuaresma nos preparamos para disfrutar la alegría de la Resurrección. Pero para comprender esta experiencia vivencial de la fe es necesario adentrarnos al misterio viviendo cada uno de los momentos con un auténtico deseo de conversión.
Iniciamos hoy este peregrinar de esperanza por el desierto cuaresmal, vivamos
cada trayecto con la mirada puesta en que al concluir este arduo caminar exultaremos
unidos a Cristo, nuestro Señor, resucitado.
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