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Catequesis sobre el Cuerpo de Cristo: La Eucaristía

 

Valor del mes: Solidez de la Esperanza

Lema del mes: «La esperanza no defrauda» (Rom 5, 5a).

 


Objetivo: Proporcionar a los integrantes de las comunidades de pastoral juvenil una catequesis sobre el Cuerpo de Cristo, con un enfoque especial en la Eucaristía.

 

Preámbulo:

Jesucristo, nuestra esperanza, se quedó para sustento de nuestras almas, en la Eucaristía. En ese trocito de pan él, que prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20) actualiza su sacrifico pascual, pues por decisión suya se ha quedado en ese pan que es su cuerpo (Mateo 26, 27) y ese vino, que se convierte tras las palabras del sacerdote en su sangre, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. (Lucas 22, 20).

La Eucaristía no es solo un rito, es el gran misterio de nuestra fe (Plegaria eucarística de la misa). Es la fuente y culmen de toda nuestra vida cristiana (Lumen Gentium 11) y es el sacramento, que nos une como comunidad, al mismo sacrificio del Señor (Catecismo de la Iglesia Católica, 1322).

Hoy hablaremos de la Eucaristía, Cuerpo de Cristo, nuestra esperanza, que se parte, se comparte y se reparte para la salvación de nuestras almas.

Oración inicial

Oh, amado Jesús, pan vivo bajado del Cielo, como comunidad de hermanos venimos a ti, para darte gracias por todo tu amor y quedarte presente, vivo y real en el Santísimo sacramento del altar.

Te elevamos una acción de gracias porque hoy, como Pueblo de Dios, que peregrina en esperanza, nos concedes la gracia de profundizar en el misterio de nuestra fe.

Te pedimos hoy, de todo corazón que nos concedas la gracia de abrir nuestros corazones al mensaje que nos deseas comunicar. Te pedimos también, Señor, que nos ayudes cada día a amarte más y a adorarte de todo corazón.

Tú que eres Dios y vives y reinas, en unidad del Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

Amén 

Introducción

La Eucaristía es el pan de vida y esperanza que nos une en comunión. Es el mismo Cristo que ha descendido del cielo (Juan 6, 51) y nos invita a comer su cuerpo para la salvación de nuestras almas.

La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, ha recibido esta tradición apostólica (1 Corintios 11, 23) que al participar de la misa nos unimos al sacrificio mismo del Señor.

Jesús, el rostro de la misericordia del Padre, en su última Cena, instituyó este sacramento para que, unidos como comunidad de hermanos, nuestras almas se llenen de su gracia.

La Eucaristía es el compendio de nuestra fe (CIC, 1327). Por medio de ella los creyentes en Jesús encontramos la fuente de nuestra santificación y de nuestra salvación. Si realmente acudimos con un corazón dispuesto a recibir a Dios en la Eucaristía cuando vamos a la misa, todo nuestro ser se va a encontrar con él.

 Hoy dialogaremos sobre este gran misterio. Pero antes reflexionemos en una canción, de mi autoría, se titula Quiero ser y se enfoca en la Eucaristía: 



Luego de la canción reflexionemos

Preguntas de reflexión

¿Qué entiendes tú de la expresión del catecismo: «La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe»?

¿Qué es para ti la Eucaristía?

¿Qué sentiste tú la última vez que comulgaste?

Ahora, comparte con tu comunidad la respuesta a una de estas preguntas, la que prefieras y luego entremos en materia.

La Eucaristía

Comencemos por el principio ¿Qué es la Eucaristía? Es la acción de gracias a Dios que realiza la Iglesia, Pueblo de Dios que peregrina en el mundo, con un fin: proclamar juntos las obras del Señor, enalteciendo la creación, rememorando su sacrificio de redención y buscando en unidad la santificación.

Esa acción de gracias es el banquete del Señor que el Señor celebró con sus amigos la víspera de su pasión (CIC, 1329) y que celebramos en memoria suya, porque cada vez que comemos de su pan eucarístico anunciamos la muerte del Señor hasta que él vuelva (1 Corintios 11, 26).

Cristo, como cabeza de la Iglesia y cabeza de familia (CIC, 1329), parte para nosotros, su asamblea, Cuerpo suyo, el pan que nos une y nos salva. Haciendo de este encuentro nuestra «misa» (missio), misión: «vivir lo que celebramos en cada Eucaristía». Esto con un gran propósito: Que agradezcamos a Dios de todo corazón por su amor y por su entrega redentora.

La Eucaristía en la Biblia

Nos cuenta el capítulo 6 del evangelio de Juan que Jesús, después de multiplicar los panes y alimentar miles de personas, dijo a todos los que se encontraban allí: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Juan 6, 51). ¡Eso fue un escándalo! ¿Cómo que él había bajado del cielo? Ah, es que los que él había alimentado no sabían que Jesús era el Hijo de Dios, como nosotros en fe sabemos y creemos.

Después de escandalizarlos con esto, Cristo, el pan vivo, le añadió un dato más: «el pan que daré es mi carne y la daré para darle vida al mundo» (Juan 6, 51b). Jóvenes, Jesús fue claro: él en su divinidad nos da a comer su carne. Ese pedacito de pan no es cómo su cuerpo, es su cuerpo. Ese poquito de vino no es cómo su sangre, es su sangre y en él tenemos vida. Pero, ¿cómo ocurre eso? San Pablo nos da una explicación:

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (11,23-26)

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez les he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto cada vez que beban, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coman de este pan y beban de la copa, proclamarán la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

Al orar al Padre en la última Cena, la Santísima Trinidad en pleno, transforma las ofrendas del pan y el vino en el Cuerpo de Cristo. En ese instante, momentos antes de entregarse en la cruz por ti y por mí, el Señor quiso quedarse para siempre en nuestras vidas, como alimento que nos alcanza la salvación.

Es su cuerpo que se entrega, como memorial de su pasión. Es su sangre que se derrama como alianza nueva que se renueva en cada misa.

¡Su mandato es claro: debemos hacerlo en memoria suya hasta que él vuelva! (cf. CIC, 1341). Esto no significa que sólo nos acordemos de su sacrificio, sino que lo vivamos. Pues ese memorial de su pasión es el instrumento de nuestra salvación y de la salvación de toda la humanidad.

Las tres dimensiones de la Eucaristía

Desde sus orígenes la Iglesia, al celebrar el sacrificio sacramental de Cristo que san Pablo recibió como tradición, lo hace considerando tres aspectos fundamentales: elevar una acción de gracias y alabanzas al Padre, actualizar el memorial del sacrificio redentor de Cristo y de su Cuerpo, llenarse de la presencia de Cristo, por el poder su Palabra y de su Espíritu (CIC, 1358) que se hacen presente en ese trocito de pan por las palabras pronunciadas por el sacerdote, quien durante la misa actúa en persona de Cristo, cabeza de la Iglesia.

Pero ¿por qué la misa es sacrificio de acción de gracias al Padre? Porque en la Eucaristía toda la obra de la creación amada por Dios es presentada al Padre, a través del misterio pascual de Cristo. Por medio de ella damos gloria y alabanza al Dios que nos ama, nos redime y nos santifica.

Es memorial, porque no sólo recordamos el pasado, sino que proclamamos todas las maravillas que Dios, por misericordia, sigue realizando en nuestras vidas. ¿No lo entiendes? ¡Tranquilo, es un misterio! Sólo abre el corazón y sentirás esa presencia de Cristo que te habla al alma y te comunica su amor.

¿Y cómo se hace presente Cristo? Por pura gracia suya. Por puro amor y misericordia suya. Al sacerdote pronunciar las palabras que recuerdan la última Cena, desciende el Espíritu Santo sobre la ofrenda y por gracia de Dios ese pan se convierte en el cuerpo de Jesús, el Cristo y ese vino se hace su sangre.

El banquete eucarístico: la comunión

La eucaristía es un banquete, una gran fiesta a la que estamos llamados todos, en la que la Iglesia del Cielo (la Iglesia Triunfante), se une a la Iglesia que peregrina en la tierra, para alimentarse juntos del alimento que nos salva.

Sabiendo que Cristo, por amor a ti, se ha quedado en la Eucaristía, ¿vas a seguir perdiéndote la gracia de comulgar? Él te ama a ti y quiere que lo recibas en tu vida. Para que le des gloria al Padre, para que recuerdes su sacrificio y vivas como Hijo de Dios, para que recibas su presencia salvadora a través de la comunión.

La invitación no viene de cualquiera, viene del mismo Jesús y lo hace como urgiéndonos a aceptar la invitación: «en verdad les digo, si no comen mi cuerpo ni beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes» (Juan 6, 53).

¿Entiendes? ¡Si quieres salvarte debes comulgar!

¿No puedes? Ora con más fe para que Dios te ayude a ponerte en gracia acudiendo al sacramento de la Confesión.

¿No quieres? Es tiempo de que te cuestiones a ti mismo sobre qué impulsa tu vida, porque, seamos sinceros ¿qué otro acto de amor hay que sea más grande que el sacrificio de Jesús por nosotros? Y en cada Eucaristía él se ofrece una vez más al Padre por ti y por mí, ¿entonces qué justificación tendrías para vivir a espaldas de tan alta gracia?

Ahora, escuchemos con los oídos del corazón la siguiente canción:



Reflexionando en torno al tema

Por fe sabemos que Jesucristo, el Hijo de Dios, está vivo, presente y real en la Eucaristía. Él lo anunció al multiplicar los panes para alimentar una multitud de hambrientos (Juan 6, 1-59). Él se hace presente en la Eucaristía como lo prometió en la última Cena cuando elevó una acción de gracias al Padre y partió y repartió el pan a sus discípulos. Él está ahí y ese es el misterio de nuestra fe.

Partiendo de esa idea es necesario meditar:

¿Participaré de manera más activa en misa?

¿Motivaré a mis hermanos de comunidad a que vivamos juntos la experiencia de la adoración a Jesús sacramentado?

En caso de que tenga tiempo sin comulgar, ¿me pondré en gracia para recibir a Jesús?

A modo de conclusión

La Eucaristía es la acción del Pueblo de Dios que se reúne para glorificar a Dios, haciéndose participe del memorial de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cada domingo. Un Pueblo que camina en unidad, que ora en comunidad para recibir la gracia que viene de lo alto.

Hoy el Señor nos instruyó sobre este don maravilloso de su amor, ¿vas a aceptar su invitación que él te hace en cada Eucaristía? Pues él está a la puerta y te llama, si oyes su voz entrará y cenará contigo y tú con él (Apocalipsis 3, 20)

Oración final

Alma de Cristo, santifícame

Cuerpo de Cristo, sálvame

Sangre de Cristo, embriágame

Agua del costado de Cristo, lávame

Pasión de Cristo, confórtame

¡Oh, buen Jesús!, óyeme

dentro de tus llagas, escóndeme

No permitas que me aparte de Ti

Del maligno enemigo, defiéndeme

en la hora de mi muerte, llámame

y mándame ir a Ti

para, con tus santos te alabe

por los siglos de los siglos.

Amén.

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