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¿CÓMO VIVIR LA FE EN UN MUNDO LLENO DE RELATIVISMO Y CONFUSIÓN MORAL?

 



Objetivo:

Invitar a los jóvenes a reflexionar sobre la realidad del relativismo moral y la confusión que genera. Confrontando, a la luz de la fe, la indiferencia que promueve el mundo con los valores de la esperanza y el amor desde la óptica de la misericordia divina.

Preámbulo:

El relativismo y la confusión moral son dos males actuales que no nos permiten profundizar en la fe ni tener una experiencia vivencial de esta virtud que nos conecta con Dios, con nosotros mismos y nos permite vivir de una mejor manera en sociedad.

Hoy, cuando estamos más cerca de la Pascua, nos unimos a reflexionar sobre nuestra realidad actual como jóvenes de Iglesia y cómo podemos afrontar con fe y esperanza estos desafíos.

Oración inicial:

Salmo 51: "Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi delito". (Este salmo invita a la reflexión y el arrepentimiento, acorde con el tiempo cuaresmal).

Introducción:

Jóvenes, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 26 que: «La fe es la respuesta del ser humano a Dios que se revela y se entrega a él», pero ¿cómo podremos dar esa respuesta en un mundo que está en contra de que los individuos echen raíces? Porque la fe, como los árboles, para crecer necesita arraigarse, estar bien plantada.

Pero ¿cómo vivir la fe en un mundo donde todo parece relativo y la moralidad se diluye? Siendo signos e esperanza en un mundo relativizado.

Hoy vamos a hablar de vivir la fe. Lo haremos en el marco de la Cuaresma en este año de la esperanza. Dialogaremos sobre una fe con fundamento. No una fe superficial que no tiene sustento. No una fe simulada o de redes sociales, que existe para ser vista o promovida. Sino una fe vivencial, que conoce al Señor que sale a su encuentro para revelarle su amor.

 

Preguntas de reflexión:

¿Qué lugar tiene la fe en tu vida?

¿Qué significa para ti el relativismo?

Para ti, ¿cuáles son esas confusiones morales?

¿Cómo vives tú la fe en medio de un mundo tan convulsionado por la inmoralidad?

 

Vivir la fe hoy:

La fe no es una mera teoría. Es una vivencia, es una experiencia, es una decisión. Es decidir de corazón vivir la experiencia continua y constante de estar en presencia de Dios.

El Doctor de la Gracia, San Agustín de Hipona, dijo en una ocasión: «Cree para que entiendas; entiende para que creas». ¿Qué nos dice esto hoy a nosotros que estamos llamados a vivir la fe? Que para poder entender con claridad lo que constituye nuestra fe debemos poner todo nuestro ser en disposición de encuentro con Dios. De creerle a Dios. De vivir para él.

¿Por qué? Porque él, a través de su amor, por su bondad y misericordia nos irá moldeando, abrirá los ojos de nuestros corazones y nos mostrará cómo proceder en cada momento. Incluso ahora, en esta época de la humanidad en la que el mundo nos muestra tantas cosas que, lamentablemente terminan influyendo en nuestra manera de apreciar la realidad.

Vivir la fe desde la óptica de la misericordia: Un breve acercamiento a la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15, 1-3.11-32):

La fe siempre es respuesta. Es nuestra respuesta al amor misericordioso e incondicional que Dios nos tiene.

No podemos vivir la fe hoy si no somos capaces de entenderla como una decisión radical. En medio de un mundo en el que se promueve la falsa idea de que no hay verdades absolutas, en la que el relativismo, la superficialidad y el consumo es lo que priman, nosotros debemos volver al primer amor: La misericordia de Dios.

Para hablar de este aspecto vayamos a lo que nos dicen las Sagradas Escrituras. En el evangelio de Lucas nos encontramos a Jesús diciéndole a los Escribas y Fariseos que hay más alegría en el cielo cuando un pecador se convierte. Cuando está sumergido en el fango del pecado y decide ponerse en camino a la reconciliación con su Padre amoroso.

Ese debe ser el sustento de nuestra fe, reconocer que «Dios es misericordioso siempre», que él pone su corazón en nuestras miserias y nos rescata del lodo del pecado.

En la parábola del Hijo Prodigo vemos a un joven que, por su inmadurez, exige recibir lo que entiende que le toca. El Padre, por amor, le da lo que le pide y también se lo da a su otro hijo. Así es Dios, nos ama inmensamente y nos da a todos por igual.

¿Qué hace el muchacho? Se va con las bendiciones que ha recibido. Malgasta su vida en cosas banales y por un tiempo se olvida de su Padre, de sus raíces e incluso de sí mismo, convencido de la falsa mentalidad de que disfrutar la vida es dejarse arrastrar por los placeres.

Pero le llegó la calamidad. El hambre tocó su puerta y después de desperdiciar su fortuna tuvo que buscar trabajo. Lo único que consiguió fue un trabajo mal visto por su pueblo, criar cerdos. Para los judíos los cerdos eran impuros, a eso nos lleva el pecado a dejar de hacer lo que nos identifica, lo que nos constituye, lo que somos.

El hambre lo hizo recapacitar. No su amor por sus raíces, no su amor por su Padre, la necesidad. Se levantó y pensó en hacerse un jornalero más con tal de tener qué comer.

Se puso en camino y a lo lejos lo vio su Padre y sintió misericordia.

Si hemos caído en el relativismo tenemos cómo salir. Si hemos caído en la inmoralidad podemos levantarnos y ponernos en camino. Pero nuestra determinación por tener paz y estar en presencia de Dios debe ser mucho más fuerte que aquello que nos da satisfacción carnal. ¿Cómo? Acercándonos continuamente al Padre, sabiendo que él va a salir a nuestro encuentro y nos dará su perdón.

 

La realidad del relativismo y la inmoralidad (Apocalipsis 3, 15-16)

Hemos conversado sobre la fe, la forma en la que debemos vivirla y la manera en que debemos percibir a Dios para sentir su misericordia en nuestras vidas. Sin embargo, no basta con saber todo eso. A veces lo tenemos clarito qué es pecado y qué nos aparta de Dios, pero como la sociedad nos dice que nada es nada nos vamos con las corrientes del mundo y caemos en el relativismo.

Y les diré algo queridos jóvenes, Dios detesta que, después de que lo hemos conocido nos dejemos envolver en el relativismo. Veamos juntos qué dice Apocalipsis 3, 15-16:

«Yo conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

Cuando nos dejamos seducir por las voces que relativizan todo enfriamos nuestra fe, aunque continuemos yendo a misa cada domingo. Cuando no actuamos conforme a lo que creemos y participamos de actividades contrarias a la fe sólo por no querer desentonar por la sociedad nos entibiamos.

En el preciso momento en que decimos que cualquier cosa que hable de Dios es positiva sin detenernos a ver su trasfondo y lo priorizamos por encima de lo que, como Iglesia debemos creer, Dios nos vomita de su presencia.

Jóvenes, nuestra fe es rica, hermosa, profunda. Pero no la estudiamos, no la analizamos no nos atrevemos a remar mar adentro, porque es más fácil ser superficial. Por eso Instagram, TikTok y Onlyfans son tan exitosos, la inmediatez, la superficialidad y la morbosidad siempre serán más atrayente que aquello que nos invita a reflexionar y si queremos realmente agradar a Dios, debemos dominar esos instintos y esos deseos banales y encontrarnos con el Señor.

Entonces, ¿qué hacer?

La respuesta es más sencilla de lo que puede pensarse. La clave es orar.

Nunca seremos signo de esperanza en medio del mundo sino tomamos tiempo para conversar con Dios.

La inmediatez del mundo se vence con la serenidad del corazón que se detiene a orar. La promiscuidad y los deseos carnales se moldean cuando le entregamos el corazón al Señor y le pedimos que sea nuestro alfarero y nos moldee por dentro.

Jóvenes, sólo seremos signos de esperanza en medio de este mundo cuando seamos capaces de comunicar el amor de Dios que arde en nuestros corazones y para que eso ocurra, esa llama necesita estar encendida.

Por eso, si queremos vivir la fe en un mundo lleno de relativismo y confusión moral, debemos ser radicales, arraigarnos en la oración y no permitir que el mundo nos aparte de Dios.

Ahora oremos.

 Cerramos nuestros ojos y reflexionamos en un texto de San Agustín titulado Tarde te ame

"Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo afuera, y así te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo".

(Confesiones, Libro X, capítulo 27)

Canción para reforzar la reflexión





Oración final:

Buen Jesús, Palabra amorosa del Padre Celestial, hoy te doy gracias por todos los momentos de mi vida en los que has salido a mi encuentro para mostrarme tu amor. Te agradezco por encender en mi corazón la fe, llenar mi alma de esperanza y reconfortarme con tu amor.

Quiero pedirte que me ayudes a ser signo de esperanza en medio del mundo y que no me permitas distanciarme de ti por culpa del relativismo o la inmoralidad.

Hazme instrumento tuyo, para poder ser reflejo de tu misericordia en medio del mundo.

Amén.

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