Valor
del mes: Misterio Pascual, fundamento de la esperanzaLema
del mes: «Renacidos para una esperanza viva, por la Resurrección
Objetivo: Comunicar a cada integrante de las comunidades de Pastoral Juvenil la experiencia esperanzadora de la alegría pascual.
Preámbulo:
¿Sabías que la razón
fundamental y fundacional de nuestra fe es la resurrección de Jesús?
Cristo, que ha vencido la muerte para darnos vida. A través de su resurrección renueva nuestra esperanza y camina con nosotros en este peregrinar que es nuestra existencia; y en el proceso nos llena de su alegría.
Oración inicial
Con el corazón rebosante
de alegría, Señor, venimos ante ti agradecidos. Te damos gracias porque, luego
de recorrer el camino cuaresmal, renuevas nuestra esperanza con tu gloriosa
resurrección.
Te agradecemos de todo
corazón por este día en que nos permites vivir como comunidad la alegría sin
medidas de tu amor por nosotros. Un amor que consuela y da esperanza, un amor que
renueva y da fortaleza, un amor que da paz.
Hoy, de todo corazón te decimos, ¡gracias, Señor!
Amén.
Introducción
Queridos jóvenes, «¡Jesucristo
ha resucitado!», verdaderamente nuestro Señor ha vencido la muerte para darnos
una vida renovada en su amor.
Hoy, sintiendo la gran esperanza que sólo ofrece conocer al Señor, se hace imprescindible meditar con el corazón alegre en torno al acontecimiento de la resurrección.
Para la reflexión estaremos analizando el fragmento de las Sagradas Escrituras de Lucas 24, 13-35 que relata el encuentro de Jesús con los caminantes de Emaús.
Preguntas para la reflexión
¿Qué significa para ti la Resurrección?
¿Has vivido alguna experiencia de encuentro con Jesús resucitado?
¿Por qué la resurrección de Jesús es un signo tanto de alegría como de esperanza para la humanidad?
Conozcamos el relato de Lucas 24, 13-35 (Leer desde la Biblia)
Lectura del Santo
Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Aquel mismo día, el
primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea
llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando
entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran
capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué
conversación es esa que traen mientras van de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y
uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único
forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante
todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para
que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba
a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que
esto sucedió.
Es verdad que algunas
mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues, habiendo ido muy de mañana
al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso
habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los
nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las
mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes
son para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías
padeciera esto y entrara así en su gloria»? Y, comenzado por Moisés y siguiendo
por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las
Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él
simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: “Quédate
con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la
mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció
de su vista.
Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde
encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era
verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por
el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
Ahora, profundicemos en la lectura.
El triste retorno a casa y la oportunidad de caminar en esperanza
Con la muerte en la cruz de
su maestro, los discípulos de Emaús experimentaron una gran derrota que los
sumergió en una profunda tristeza. La incertidumbre los hace devolverse a su lugar
de origen atemorizados y sobrecogidos por un inmenso dolor.
Habían perdido la esperanza que motivó su discipulado:
«la liberación de su pueblo». Ellos habían visto sus grandes prodigios, habían
comido del pan que el Mesías multiplicó y se llegaron a edificar con sus
palabras de vida.
Sin
embargo, la muerte sobrevino sobre su maestro, incentivada por los líderes religiosos
del pueblo y ejecutada por las autoridades civiles y militares. En medio del
dolor, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen. Él les muestra
desconocimiento de lo que había sucedido en el pueblo, quizás para conocer qué había
en sus corazones.
Les
recordó que el éxito de la misión redentora del Mesías debía atravesar el
Viacrucis y les renovó la esperanza caminando con ellos, contándoles cuál era
el recorrido que debía transitar Jesús para lograr liberar a la humanidad
entera, no sólo a sus compueblanos.
Mientras
caminaban junto a Jesús, su corazón ardía por la llama de esperanza que encendían
las palabras del Señor.
¿Y
a nosotros qué nos impide sentir esa llama de esperanza en nuestro interior?
La
pérdida de un ser querido, como fue el caso de los peregrinos de Emaús, puede apagar
nuestra esperanza. Sin embargo, Dios mismo sale a nuestro encuentro, se hace el
que es el encontrado, para acompañarnos en la tristeza.
¿Será la tristeza porque no vemos cumplidos nuestros sueños? Pero, ¿y si nos falta discernimiento, orar para pedirle a Dios que nos ayude a entender nuestra realidad desde la fe? Pues en ocasiones la tristeza que congela nuestra esperanza es el enfriamiento de nuestra relación con Dios por no dedicarle tiempo a la oración.
¡Quédate
con nosotros, Señor!
Cuando
cae la tarde de la tristeza y la desesperanza, debemos pedirle al buen
consejero del alma que se quede con nosotros. En el trayecto a casa, los
peregrinos de Emaús le piden a ese «forastero desconocido» que se quede en su
casa, con ellos. Le ofrecen posada, pero es buscando el consuelo que le
proporcionaban sus palabras cargadas de esperanza.
Este
«quédate con nosotros, Señor» debe ser una expresión de fe que debe salir de
nuestros labios en los momentos angustiosos de la vida. Cuando el vaivén de los
días nos roba la calma, cuando las incertidumbres no quitan la paz y en esos
momentos que la tristeza nos quiere arrancar la esperanza. El Señor, que sale a
caminar con nosotros, para acompañarnos en el dolor, nos dará el consuelo que
estamos necesitando.
Ese
«quédate con nosotros» es un grito de esperanza, pero también una manifestación
de solidaridad. Cuando la noche de nuestras angustias cae, no podemos hacernos
ajenos a las calamidades de los demás. Esta breve frase nos llama a ver en la
situación del otro una oportunidad de actuar con misericordia a pesar de la situación
que estemos enfrentando.
Los
peregrinos ven en el forastero a un necesitado. Alguien que requiere ser
acogido. En nuestros grupos de pastoral podemos ser signos de acogida para
aquellos jóvenes que están atravesando por momentos de enfriamiento en la fe,
que se han distanciado de Dios por las decisiones que han tomado que los
colocan en situación de pecado. En otras palabras, debemos ser nosotros los que
salgamos en búsqueda de aquellos que se han distanciado de Dios y necesitan la
protección de una casa que los cobije y esa casa es la Iglesia.
Al partir el pan
Jesucristo,
el alimento de nuestras almas, nuestro sustento, quien prometió quedarse con nosotros
en la Eucaristía, se revela resucitado ante sus discípulos al partir el pan.
No
lo reconocieron en el camino cuando les enseñaba esas palabras que le ardían en
el corazón. Ellos supieron que era su maestro cuando lo escucharon orar al
Padre para bendecir el pan que iban a compartir. Lo reconocieron cuando partió
ese alimento hecho del esfuerzo y del trabajo del ser humano luego de ser bendecido.
Cuando les dio de comer, igual que en la multiplicación de los panes y peces.
Él,
que es el pan de vida, nos da una esperanza: estar con nosotros. Quedarse con
nosotros en la Eucaristía. Vivamos siempre la alegría de la Pascua que se
actualiza en cada celebración eucarística cada vez que el sacerdote, en persona
de Cristo, bendice, parte, comparte y reparte para nosotros ese pan de vida que
es Cristo, el cordero inmolado, el Hijo de Dios resucitado, que ha vencido la muerte
para darnos la alegría de vivir para él.
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Reflexionando
en torno al tema
Después de recorrer con los peregrinos de Emaús el sendero de la alegría pascual, es adecuado profundizar sobre lo que nos transmite el Señor a nosotros, jóvenes católicos de hoy, en torno a la vivencia de nuestra fe:
Sabiendo
que Jesús se nos revela como quien nos consuela el alma a través de la
Eucaristía, ¿participaré con más frecuencia en la misa y en los demás actos litúrgicos?
¿Qué
haré durante estos días de Pascua para vivir la alegría de la Resurrección?
¿Cómo ayudaré a otros jóvenes a encontrarse con Jesús resucitado?
Canción para reflexionar
En
este momento, reflexionemos sobre lo que hemos escuchado en este tema a través
de una hermosa canción, en la voz de Milena Hernández: «Te conocimos al partir
el pan»:
Oración final
Quédate
con nosotros, Señor, hoy que necesitamos tu compañía. Quédate en nuestro día a
día, acompáñame en mi diario caminar. Haz arder en mi corazón la gracia de tu
amor, la alegría de la esperanza, la llama de tu misericordia, para poder ser
misericordioso con los demás.
Quédate
hoy con nosotros, Señor, para ser signos de tu bondad en medio del mundo. Danos
el consuelo que necesitamos y la paz que nos hace falta para que nos alumbre tu
gracia y nos conduzca tu amor.
Amén.
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