Valor del mes: Solidez de la Esperanza
Objetivo: Compartir
con los jóvenes de Pastoral Juvenil una catequesis sobre el Cuerpo de Cristo en
sus tres dimensiones, a saber: La persona de Jesús, la Eucaristía y la Iglesia.
Preámbulo:
Jesucristo es nuestra esperanza. Él se encarnó (Juan 1, 14) en el vientre
de una Virgen de Nazaret (Lucas 1, 35) para cumplir una misión: Salvarnos.
Ese Jesús sigue presente en la vida de la Iglesia a través de la Eucaristía
(1 Corintios 11, 23-26) y permanece en el mundo por medio de su Cuerpo Místico,
que es la Iglesia, como explica el apóstol san Pablo en la carta a los
colosenses 1, 18 y en Efesios 1, 22.
Hoy profundizaremos juntos en Jesús, «el verbo que se encarnó para que
conociésemos así el amor de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, 458). La
persona humana, el Hijo del Padre Celestial y de María que pasó por el mundo
haciendo el bien (Hechos 10, 38) y con su encarnación, pasión, muerte y
resurrección nos ha redimido.
Oración inicial:
Señor Jesús, redentor nuestro, fuente inagotable de esperanza y bondad,
venimos a ti en comunidad para darte gracias.
Gracias por encarnarte para salvarnos, gracias por mostrarnos con tu vida
que debemos ser signos de esperanza y misericordia en la vida de los demás,
gracias por venir a nuestro lado cada vez que clamamos a ti con fe.
Queremos pedirte en este día que abras los oídos de nuestros corazones,
para que, al escuchar esta enseñanza que hoy nos quieres transmitir, podamos
entender el misterio de tu encarnación y así vivir una vida conforme a tu amor.
Tú, que eres Dios y vives y reinas, junto al Padre en unión del Espíritu
Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Introducción
¿Quién es Jesús? Esto es una pregunta esencial para nosotros los creyentes.
La respuesta la podemos encontrar en las Sagradas Escrituras: Es el verbo
encarnado (Juan 1, 14), es el carpintero, hijo de María, que vivió en Nazaret
(Marcos 6, 3), es el Hijo muy amado del Padre, su predilecto (Mateo 17, 5-8),
el gran profeta que murió en una cruz (Lucas 24, 19).
Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Nacido del Padre antes de todos los
siglos —como profesamos en el Credo cada domingo en misa— que se ha encarnado
para revelarnos el amor de su Padre, para ser nuestro modelo de santidad (CIC,
459) y para hacernos partícipes de su naturaleza divina (CIC, 460).
Hoy hablaremos de él, de Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, quien tuvo un cuerpo, como nosotros, para redimir
a toda la humanidad.
Preguntas para la reflexión
¿Qué entiendes de la expresión del Credo que dice que
«Jesús ha nacido del Padre antes de todos los siglos»?
¿A qué se refiere la expresión «Jesús es verdadero Dios y
verdadero hombre»?
¿Qué sabes sobre la Encarnación de Jesús?
¿En qué momento de tu vida has sentido a Jesús como ese
amigo cercano que te cuida, te aconseja y te acompaña en tu caminar?
Jesucristo: La segunda persona de la Santísima Trinidad
Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ha
existido siempre. Así lo enseña la Biblia en el Evangelio de Juan cuando afirma
que «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la
Palabra era Dios» (Juan 1, 1).
Pero, ¿cómo es esto posible? ¡Ah, es que es un misterio! Sin embargo, la
Iglesia, a través de los siglos, nos ha dado luz sobre este gran misterio de la
identidad de nuestro Dios. Un Dios uno y trino, que es comunidad de amor,
integrada por tres personas distintas de un único Dios verdadero.
En el cuerpo de Jesús, Dios “que era invisible en su naturaleza se hace
visible” (CIC, 476) para devolvernos la esperanza de la vida eterna.
Esa Palabra que existía desde el principio y que forma parte de la
Santísima Trinidad, —en la plenitud de los tiempos (Gálatas 4, 4)— se encarnó
para renovarnos.
Pero, ¿qué es la Encarnación? El Catecismo de la Iglesia Católica en su
numeral 461 lo define como: «El hecho de que el Hijo de Dios asumió una
naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación».
Es decir, que ese que había existido
desde el principio tomó nuestra naturaleza con un propósito en específico:
salvarnos.
Hoy conoceremos mejor a nuestro redentor, con una catequesis sobre la persona de Jesús el Cristo, quien no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó (Filipenses 2, 6-11), es decir, que se hizo frágil como cualquier ser humano, como tú y como yo, para devolvernos la gracia que nos roba el pecado. ¡Qué grande es su amor! ¡Dejó de lado su poder divino para redimir a toda la humanidad!
El Jesús histórico: Verdadero Dios y verdadero hombre.
La Iglesia cree y confiesa que Jesús de Nazaret —el hijo de María— es Dios.
Él es el Mesías anunciado por los profetas, el Salvador esperado por la
humanidad. Las Sagradas Escrituras son la principal fuente informativa sobre
él. El testimonio de sus apóstoles, primeros testigos de la veracidad de su
existencia, avala lo que en fe creemos. Que él vino al mundo para revelarnos la
esencia de Dios.
A lo largo de su vida se muestra como nuestro modelo. Él es el «hombre
perfecto» que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle (CIC, 520). Nos
enseña a confiar en el Padre, nos enseña a orar, nos muestra cómo debemos
relacionarnos con los demás y nos ayuda con su ejemplo a cargar las cruces de
cada día.
Es un hombre de trabajo. Es un hombre de oración. Es un hombre que se deja
orientar por su madre. Es un hombre que llora la muerte de sus amigos. Es un
hombre que se somete a la voluntad de Dios.
Pero ese prototipo del hombre perfecto es también Dios. Es el Hijo del
Padre sobre quien desciende el Espíritu Santo. Es el que convierte el agua de
la cotidianidad en el vino de la alegría. Es el Dios que multiplica el pan de
la solidaridad para alimentar a los hambrientos de paz y justicia. Es el que
resucitó a su amigo luego de cuatro días en la tumba. Es el Dios que decide
quedarse en el pan eucarístico para sostenernos. Es el Siervo sufriente que
tuvo éxito porque se entregó hasta el extremo y resucitó para darnos vida en
abundancia.
¿Y para ti, que eres un joven de Pastoral Juvenil, qué
consideras tú que debes hacer para asemejarte a Cristo como «ser humano perfecto e
intachable»?
Chicos, es como dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral
Gaudium et Spes (Gozos y Esperanzas) en su numeral 22:
Ese Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado.
Por eso hoy, al conocer un poco más de él, debemos orar para hacernos cada
día más parecidos a él y recobrar lo que Dios quiso de nosotros cuando nos
creó: «ser imagen y semejanza suya» (Génesis 1, 27).
La Resurrección de Cristo: El clímax de la Encarnación del Hijo de Dios
Si Jesús no resucitó, vana sería nuestra fe (1 Corintios 15, 14). En la
Resurrección del Hijo de Dios se ven cumplidas nuestras esperanzas. Él que ha
vencido la muerte para darnos vida nos concede la gracia de contemplar el
rostro del Padre Celestial cara a cara.
A través de su resurrección se manifiesta de manera eficaz su doble naturaleza.
Pues el Jesús humano que padeció la muerte vence la muerte con su resurrección,
revelando así que el crucificado y el glorificado, el «Dios con nosotros»,
merece todo honor, toda gloria y toda honra.
Reflexionando en torno al tema
Jesucristo, el Hijo de Dios, es el camino que nos conduce al Padre. Es la
verdad encarnada que nos llama a vivir auténticamente como hijos de Dios y herederos
de su Reino. Es quien nos conduce a la vida plena.
Al meditar sobre su vida es necesario preguntarnos:
¿Cómo viviré yo como un auténtico hijo de Dios?
¿Qué debo hacer para parecerme más a Jesús en el sentido
de pasar por el mundo haciendo el bien?
Ahora, formemos grupos de dos personas y compartamos lo reflexionado sobre
estas cuestionantes y luego, unidos, digamos lo que hemos dialogado.
A modo de conclusión
En fe sabemos que Jesús es Dios. Que en la plenitud de los tiempos él tomó nuestra naturaleza humana para rescatarnos del pecado y para mostrarnos el camino hacia la salvación. Fue un ser humano como nosotros, pero también es el Dios verdadero que nos hace tener una vida plena y con su resurrección nos otorgó la esperanza de que al concluir nuestro peregrinar por este mundo disfrutaremos de la vida eterna.
Oración final
Oh, amoroso Padre Celestial, danos la gracia de que,
al contemplar el Corazón de tu amado Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
podamos, como comunidad de fe y esperanza, alabar su nombre de todo corazón.
Concédenos la gracia de tu perdón y permítenos ser
misericordiosos como tú. En el nombre de tu mismo
Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
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