Tema
formativo Matrimonio Felizjueves 07/08/2025
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Dios debe ser el centro del hogar. Imagen generada por IA Gemini
Objetivo:
Profundizar en el matrimonio como una vocación divina, enfocada en la
construcción de un hogar cimentado en la fe que aspira a recorrer unido un
camino de santidad. Siendo un signo visible y palpable del amor de Cristo por
la Iglesia, más allá de ser una simple institución social.
Preámbulo:
¿Tu familia es «Iglesia
doméstica», como proclamó San Juan Pablo II (cf. Familiaris consortio,
21)? ¿O es un hotel de paso al que tú y tu pareja van a descansar y tus hijos
van a comer, bañarse y dormir luego de terminar de estudiar o trabajar? ¿Es un
lugar donde construimos las bases para nuestra felicidad personal y familiar?
¿O el lugar donde se derrumban nuestros sueños porque no se alinean a la
realidad familiar?
Dicho esto y teniendo
plena conciencia que la felicidad del creyente inicia con su fe y que, como
padres estamos llamados a alimentar —tanto material como espiritualmente a cada
miembro de la familia— necesitamos alinear ese propósito de vida juntos para
edificar matrimonios felices, con hijos llenos de esperanza.
Oración inicial
Salmo 127 (126)
LA PROVIDENCIA DE DIOS
Si el Señor no edifica la casa,
en vano trabajan los constructores;
si el Señor no custodia la ciudad,
en vano vigila el centinela.
2 Es inútil que ustedes madruguen;
es inútil que velen hasta muy tarde
y se desvivan por ganar el pan:
Pues, ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
3 Los hijos son un regalo del Señor,
el fruto del vientre es una recompensa;
4 como flechas en la mano de un guerrero
son los hijos de la juventud.
5 ¡Feliz el hombre
que llena con ellos su aljaba!
No será humillado al discutir con sus enemigos
en la puerta de la ciudad.
Gloria al Padre…
Introducción:
El matrimonio es, en sí
mismo, un regalo de Dios a la humanidad. Es una institución divinamente
establecida desde la creación.
Su propósito nos lo enseña de una forma muy
hermosa el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1604, «Dios que ha
creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental
e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza
de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf.1 Jn 4,8.16).
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte
en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este
amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf. Gn 1,31).
Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la
obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo:
"Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla"» (Gn 1,28).
Esta vocación encuentra su plenitud en el
sacramento del matrimonio, donde el amor de la pareja se convierte en una
imagen real del amor de Cristo por su Iglesia. A través de esa unión se forjan
los hogares. Nosotros, matrimonios católicos de hoy, debemos tener una
aspiración: Formar familias dispuestas a recorrer un camino para la santidad,
no solo para la felicidad terrenal.
Preguntas de reflexión:
¿Es mi matrimonio un
signo del amor de Dios en medio de la sociedad?
¿Mis hijos aman a Dios a
la Iglesia por mi testimonio o mis actitudes los alejan de la fe?
¿Qué hacemos como
matrimonio, día a día para reflejar que nuestro hogar es una «Iglesia doméstica»?
Un hogar feliz: ¿Somos
una familia sostenida en la fe?
Seamos sinceros, el mundo
ve al matrimonio más como contrato legal o un compromiso social que como lo que
es realmente: es una alianza sagrada sellada por y con Dios mismo para darle
sentido a las vidas de los contrayentes: Ser felices. Y, queridos hermanos, la
«felicidad comienza por la fe».
La Iglesia, como
institución, nos recuerda siempre que los esposos, con el sacramento, «reciben
la gracia para amarse con el amor con que Cristo amó a la Iglesia» (Amoris
Laetitia, AL 72). Esta gracia no solo los santifica, sino que los capacita
para vivir la fidelidad, la unidad y la fecundidad. Pero esa gracia se hace
fecunda y da frutos en los hijos.
¿Cómo seremos felices
entonces? Haciendo posible el encuentro personal de cada miembro de la familia
con el Señor. ¿Obligando a los muchachos a ir a la Iglesia? ¡Por supuesto que
no? Con nuestro testimonio.
La vida de los esposos es
una unión para siempre y es en todo estar unidos, a la par. Decidiendo amarse,
valorarse, respetarse y dignificarse cada día. Amándose siempre, en todo
momento y a cada instante con el amor de Cristo a la Iglesia.
La Misión de la Familia
como «Iglesia Doméstica»: Afrontar la vida juntos
No es una utopía o una
frase ilusoria: «La aspiración debe ser la felicidad compartida». Desde el
Génesis vemos que el llamado de los matrimonios es la unidad. La Biblia nos
llama a la fecundidad (Génesis 1, 28) no solo biológica, sino también
espiritual y social.
¿Y dónde se logra
construir esa felicidad? En una vida con propósito. ¿Y cuál es el propósito al
que debemos aspirar como creyentes? «La Santidad». Todos los seres humanos, de
todas las épocas han tenido la aspiración a la trascendencia. En la cosmovisión
cristiana católica se llama santidad. Ya lo decía el Señor a través del libro
de Levítico: «sean santos, porque yo soy santo» (Levítico 2).
Es en el amor de la
familia, en el fuego de la hoguera del hogar donde debe arder la llama de la
esperanza. Donde se nos evangelice primero y donde evangelicemos primero. El
lugar preferencial para aprender a orar y amar. Siendo más específico, el primer espacio donde
los hijos aprenden a amar a Dios y al prójimo. ¿Por qué? Porque como dice la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes (GS 48) la familia es el «santuario
de la vida.», y nuestra vida conoce la plenitud cuando amamos.
La felicidad de la santificación
mutua
No es palabrería vacía,
debemos tener claro, como creyentes, que el propósito de la vida en pareja es
ayudarse mutuamente a alcanzar la santidad. No se trata de vivir «junto al
otro,» sino que, en el peregrinar por el sendero de la vida, debemos caminar con
quien decidimos «amar y respetar», hacia el encuentro con Dios.
La vida diaria, con sus
alegrías y penas, se convierte en un camino de purificación y crecimiento. La
paciencia, el perdón y el servicio mutuo son las herramientas que nos acercan a
ese contemplar definitivo con el Señor que es Amor y que nos ama.
A modo de conclusión
La felicidad en el
matrimonio no se mide por la ausencia de problemas o en la cantidad de bienes
materiales que se han construido, no. La felicidad está en vivir unidos la fe.
En construir juntos, como familia el encuentro en este peregrinar de la vida y
en el encuentro definitivo, al partir de este mundo, con nuestro Dios.
En resumidas cuentas,
queridos hermanos, tenemos que tener presente que, el amor conyugal es un
reflejo de la Santísima Trinidad: una comunión de personas que se dan amor y vida
mutuamente.
Oración final:
Amado Dios, te damos
gracias por tu amor, por tu bondad, por tu inmensa misericordia y por
regalarnos el don de la fe.
Te pedimos hoy que
edifiques nuestra casa con tu amor. Que construyas en los corazones de cada uno
de los miembros de nuestras familias tu esperanza y que siempre custodies con
tu la luz de tu gracia nuestra fe.
Danos la fortaleza de ser
tus testigos en nuestras labores cotidianas, de ser signos de tu presencia en
nuestra parroquia y de ser testimonio eficaz y sincero de tu bondad en cada uno
de nuestros hogares, ejerciendo una paternidad amorosa y responsable y siendo
matrimonios fieles en todos los sentidos.
Amén.
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Dios debe ser el centro del hogar. Imagen generada por IA Gemini |
Objetivo:
Profundizar en el matrimonio como una vocación divina, enfocada en la
construcción de un hogar cimentado en la fe que aspira a recorrer unido un
camino de santidad. Siendo un signo visible y palpable del amor de Cristo por
la Iglesia, más allá de ser una simple institución social.
Preámbulo:
¿Tu familia es «Iglesia
doméstica», como proclamó San Juan Pablo II (cf. Familiaris consortio,
21)? ¿O es un hotel de paso al que tú y tu pareja van a descansar y tus hijos
van a comer, bañarse y dormir luego de terminar de estudiar o trabajar? ¿Es un
lugar donde construimos las bases para nuestra felicidad personal y familiar?
¿O el lugar donde se derrumban nuestros sueños porque no se alinean a la
realidad familiar?
Dicho esto y teniendo
plena conciencia que la felicidad del creyente inicia con su fe y que, como
padres estamos llamados a alimentar —tanto material como espiritualmente a cada
miembro de la familia— necesitamos alinear ese propósito de vida juntos para
edificar matrimonios felices, con hijos llenos de esperanza.
Oración inicial
Salmo 127 (126)
LA PROVIDENCIA DE DIOS
Si el Señor no edifica la casa,en vano trabajan los constructores;
si el Señor no custodia la ciudad,
en vano vigila el centinela.
2 Es inútil que ustedes madruguen;
es inútil que velen hasta muy tarde
y se desvivan por ganar el pan:
Pues, ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!
3 Los hijos son un regalo del Señor,
el fruto del vientre es una recompensa;
4 como flechas en la mano de un guerrero
son los hijos de la juventud.
5 ¡Feliz el hombre
que llena con ellos su aljaba!
No será humillado al discutir con sus enemigos
en la puerta de la ciudad.
Gloria al Padre…
Introducción:
El matrimonio es, en sí
mismo, un regalo de Dios a la humanidad. Es una institución divinamente
establecida desde la creación.
Su propósito nos lo enseña de una forma muy
hermosa el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1604, «Dios que ha
creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental
e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza
de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf.1 Jn 4,8.16).
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte
en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este
amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf. Gn 1,31).
Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la
obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo:
"Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla"» (Gn 1,28).
Esta vocación encuentra su plenitud en el
sacramento del matrimonio, donde el amor de la pareja se convierte en una
imagen real del amor de Cristo por su Iglesia. A través de esa unión se forjan
los hogares. Nosotros, matrimonios católicos de hoy, debemos tener una
aspiración: Formar familias dispuestas a recorrer un camino para la santidad,
no solo para la felicidad terrenal.
Preguntas de reflexión:
¿Es mi matrimonio un
signo del amor de Dios en medio de la sociedad?
¿Mis hijos aman a Dios a
la Iglesia por mi testimonio o mis actitudes los alejan de la fe?
¿Qué hacemos como
matrimonio, día a día para reflejar que nuestro hogar es una «Iglesia doméstica»?
Un hogar feliz: ¿Somos una familia sostenida en la fe?
Seamos sinceros, el mundo
ve al matrimonio más como contrato legal o un compromiso social que como lo que
es realmente: es una alianza sagrada sellada por y con Dios mismo para darle
sentido a las vidas de los contrayentes: Ser felices. Y, queridos hermanos, la
«felicidad comienza por la fe».
La Iglesia, como
institución, nos recuerda siempre que los esposos, con el sacramento, «reciben
la gracia para amarse con el amor con que Cristo amó a la Iglesia» (Amoris
Laetitia, AL 72). Esta gracia no solo los santifica, sino que los capacita
para vivir la fidelidad, la unidad y la fecundidad. Pero esa gracia se hace
fecunda y da frutos en los hijos.
¿Cómo seremos felices
entonces? Haciendo posible el encuentro personal de cada miembro de la familia
con el Señor. ¿Obligando a los muchachos a ir a la Iglesia? ¡Por supuesto que
no? Con nuestro testimonio.
La vida de los esposos es
una unión para siempre y es en todo estar unidos, a la par. Decidiendo amarse,
valorarse, respetarse y dignificarse cada día. Amándose siempre, en todo
momento y a cada instante con el amor de Cristo a la Iglesia.
La Misión de la Familia como «Iglesia Doméstica»: Afrontar la vida juntos
No es una utopía o una
frase ilusoria: «La aspiración debe ser la felicidad compartida». Desde el
Génesis vemos que el llamado de los matrimonios es la unidad. La Biblia nos
llama a la fecundidad (Génesis 1, 28) no solo biológica, sino también
espiritual y social.
¿Y dónde se logra
construir esa felicidad? En una vida con propósito. ¿Y cuál es el propósito al
que debemos aspirar como creyentes? «La Santidad». Todos los seres humanos, de
todas las épocas han tenido la aspiración a la trascendencia. En la cosmovisión
cristiana católica se llama santidad. Ya lo decía el Señor a través del libro
de Levítico: «sean santos, porque yo soy santo» (Levítico 2).
Es en el amor de la
familia, en el fuego de la hoguera del hogar donde debe arder la llama de la
esperanza. Donde se nos evangelice primero y donde evangelicemos primero. El
lugar preferencial para aprender a orar y amar. Siendo más específico, el primer espacio donde
los hijos aprenden a amar a Dios y al prójimo. ¿Por qué? Porque como dice la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes (GS 48) la familia es el «santuario
de la vida.», y nuestra vida conoce la plenitud cuando amamos.
La felicidad de la santificación mutua
No es palabrería vacía,
debemos tener claro, como creyentes, que el propósito de la vida en pareja es
ayudarse mutuamente a alcanzar la santidad. No se trata de vivir «junto al
otro,» sino que, en el peregrinar por el sendero de la vida, debemos caminar con
quien decidimos «amar y respetar», hacia el encuentro con Dios.
La vida diaria, con sus
alegrías y penas, se convierte en un camino de purificación y crecimiento. La
paciencia, el perdón y el servicio mutuo son las herramientas que nos acercan a
ese contemplar definitivo con el Señor que es Amor y que nos ama.
A modo de conclusión
La felicidad en el
matrimonio no se mide por la ausencia de problemas o en la cantidad de bienes
materiales que se han construido, no. La felicidad está en vivir unidos la fe.
En construir juntos, como familia el encuentro en este peregrinar de la vida y
en el encuentro definitivo, al partir de este mundo, con nuestro Dios.
En resumidas cuentas, queridos hermanos, tenemos que tener presente que, el amor conyugal es un reflejo de la Santísima Trinidad: una comunión de personas que se dan amor y vida mutuamente.
Oración final:
Amado Dios, te damos
gracias por tu amor, por tu bondad, por tu inmensa misericordia y por
regalarnos el don de la fe.
Te pedimos hoy que
edifiques nuestra casa con tu amor. Que construyas en los corazones de cada uno
de los miembros de nuestras familias tu esperanza y que siempre custodies con
tu la luz de tu gracia nuestra fe.
Danos la fortaleza de ser
tus testigos en nuestras labores cotidianas, de ser signos de tu presencia en
nuestra parroquia y de ser testimonio eficaz y sincero de tu bondad en cada uno
de nuestros hogares, ejerciendo una paternidad amorosa y responsable y siendo
matrimonios fieles en todos los sentidos.
Amén.
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