Valor del mes: La Esperanza Fortalece Lema del mes: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal 27,14)
Objetivo: Catequizar a los jóvenes sobre nuestra identidad de miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
Preámbulo
Iglesia soy y tú también y al ser Iglesia, somos parte esencial del Cuerpo de Cristo.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre (Catecismo de la Iglesia Católica, 464), quien está vivo presente y real en la Eucaristía (CIC, 1373), por medio del Bautismo nos ha regenerado como hijos de Dios y nos ha hecho miembros de Cristo, incorporados a la Iglesia (CIC, 1213).
Cristo es la Cabeza y nosotros su cuerpo, cada uno de nosotros, cada creyente: con el bautismo Dios nos concede esta dignidad.
En el tema de hoy concluimos esta serie de tres catequesis sobre el Cuerpo de Cristo. Iniciamos el recorrido caminando con la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Luego nos sentamos en la mesa del banquete eucarístico, donde fuimos alimentados con las enseñanzas de Cristo, pan vivo bajado del Cielo. Hoy, como miembros de Cristo y su Iglesia dialogaremos sobre La Iglesia, Cuerpo de Cristo, comunidad de hijos de Dios que peregrina llena de esperanza en medio del mundo.
Oración inicial
Amado Jesús, Señor y salvador nuestro. En este día te doy gracias por darme la gracia de ser parte de tu cuerpo que es la Iglesia. Concédenos un corazón dispuesto a estar unido a ti y a toda la Iglesia, a la que, por amor a la humanidad tú has establecido para hacerte presente en medio del mundo.
Fortalece nuestra esperanza haciéndonos cada día más conscientes de la necesidad de nuestras almas de permanecer unidas a tu amor.
Llena nuestros corazones de paz.
Amén.
Introducción
La fe no se vive en solitario. Crece, se sostiene y alimenta en la vida comunitaria. «En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa» (CIC, 781), ese Pueblo de Dios es la Iglesia.
Por designio suyo y amor a la humanidad, Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ha querido unirnos a él, ha deseado que estemos unidos a él de una manera singular.
Por amor y misericordia, Él vino al mundo de modo extraordinario por medio de su Encarnación a través de María, su madre (Lucas 1, 26) y mientras peregrinaba por los senderos de la historia, eligió una comunidad para que lo siguiera haciendo presente en la humanidad, esos apóstoles elegidos, guiados por Pedro, sobre quien se edificó su Iglesia (Mateo, 16, 18) siguen haciéndolo presente hoy, en cada uno de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, nacidos por el agua y el Espíritu (Juan 3, 3-5) por la fe en Jesús y el Bautismo.
Constituyéndonos así, cada creyente, cada bautizado en una raza elegida, formando todos un sacerdocio real, unidos como ciudadanos de una nación santa (cf. 1 Pedro 2, 9) de la Iglesia que peregrina en medio del mundo.
Preguntas de reflexión
¿Por qué crees tú que la Iglesia se considera el Cuerpo de Cristo?
¿Según tus conocimientos cómo nos hacemos miembros del Cuerpo de Cristo?
¿A qué se refiere la expresión que los miembros de la Iglesia somos el pueblo de Dios?
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, el Pueblo del Dios vivo
Jesucristo, Hijo muy amado de Dios, que nos ha redimido con su sangre y se ha quedado presente en la Eucaristía para alimentarnos ha fundado sobre Pedro a su Iglesia, Pueblo del Dios vivo que camina en el mundo para ser testigo de su amor y anunciar que el Reino de Dios está cerca.
Esta dignidad la obtuvimos en nuestro bautismo, cuando nos incorporamos de un modo misterioso al Cuerpo de Cristo, ¿no lo entiendes? ¡Tranquilo! Es un gran misterio en el que hoy profundizaremos para crecer en la fe y el amor a Dios.
Pero ¿por qué la Iglesia es el Pueblo de Dios y es el Cuerpo de Cristo? Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 781:
Que Dios «Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu».
Es decir, que con su Pasión, muerte y resurrección, Jesucristo nos convirtió a todos los que creyésemos en él en el nuevo pueblo de Dios. No según el lugar en el que hayamos nacido (como los judíos) sino por la fe en el Hijo de Dios y la verdad que él nos ha revelado.
La Iglesia: Comunión con Jesús
Jesús peregrinó con sus discípulos con una intención: que fueran sus testigos. Hoy en la Iglesia estamos llamados todos los bautizados a vivir esa comunión con Jesús y a ser sus testigos, siendo iluminados por la gracia del Espíritu Santo.
A todos los bautizados, a ti, a mí y a todos los creyentes de todos los tiempos, Jesús nos invita a una comunión íntima con él. Nos llama por nuestros nombres, de manera personal y comunitaria a permanecer en él, en su amor (cf. Juan 15, 4). Es en la comparación de la Iglesia con el cuerpo donde recibimos una luz sobre esa íntima relación. Pues la Iglesia no está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su cuerpo (CIC, 789).
Como Iglesia, una, santa católica y apostólica estamos unidos a él cuando respondemos amorosamente a su invitación a estar unidos. Cuando disponemos nuestras almas a santificarnos porque nuestro Señor es santo. A ser testigos del amor de Dios en todas partes y a estar unidos por el testimonio de los apóstoles, primeros testigos de la resurrección del Señor, primeros partícipes del banquete eucarístico.
Jesús, cabeza de la Iglesia
Ahora veamos qué nos dice la Palabra de Dios de esta realidad que nos trasciende: ser miembros del Cuerpo de nuestro Señor.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 12-24
Gracias al Padre que los ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz.
Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.
Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia.
Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. Y a ustedes, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por sus pensamientos y malas obras, los ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de Él; con tal que permanezcán sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oyeron, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro.
Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.
Palabra de Dios
San Pablo nos comunica un mensaje de gran esperanza: Como miembros de la Iglesia somos herederos de la gracia que Él ofrece a los elegidos, en Cristo, cabeza.
¿Qué más necesitamos para lograr la salvación si ya Cristo se encarnó para salvarnos, se quedó en la Eucaristía para sostenernos y nos hace parte de su cuerpo al incorporarnos a la Iglesia con el Bautismo? Pues vivir para él.
A pesar de las tribulaciones, vivir para él. En los momentos de incertidumbre, vivir para él. Cuando estamos felices, vivir para él. En la vida y en la muerte, sostenernos en él (cf. Romanos, 14, 8). Pues, si vivimos para él, en medio de todo lo que somos y hacemos él derramará en nuestros corazones el Espíritu Santo y seremos capaces de dar frutos abundantes.
Reflexionando en torno al tema
Cada uno de nosotros es miembro del Cuerpo de Cristo. Todos nosotros somos el Pueblo de Dios que camina en esperanza y que está convocado por el mismo Señor a permanecer en su amor para hacerlo a él presente en medio del mundo.
Partiendo de esta idea meditemos de manera individual, con los ojos cerrados y el corazón dispuesto a escuchar la voz de Dios:
¿Estoy viviendo yo mi fe como un auténtico miembro del Cuerpo de Cristo? ¿Por qué?
Pregúntate a ti mismo: ¿«Es Jesucristo la cabeza de mi vida»?
¿Soy verdaderamente miembro del Cuerpo de Cristo, siendo su testigo?
Ahora reflexionemos como comunidad:
¿Qué haremos como Pastoral Juvenil para hacer presente a Cristo Joven en medio de mi comunidad?
¡Yo te tengo un reto para ti y para tu comunidad!
¡Y justo ahora les daré una primicia!
El sábado 15 de noviembre tendremos en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Licey el primer Congreso Juvenil Católico Josué Rodríguez: Jóvenes Llamas de Esperanza.
El reto es el siguiente, ser portavoz de esta actividad en tu comunidad. Que desde ahora todos los jóvenes sepan que Licey está a punto de encender la llama de la esperanza con el fuego de la fe.
¡Prepara tu corazón! ¡Cristo te espera!
Oración final
Amado Padre Celestial, hoy clamamos a ti. Te pedimos que por la gracia del bautismo y el fuego del Espíritu Santo que nos han constituido hijos tuyos y miembros del Cuerpo de tu Hijo predilecto, Jesucristo, Señor nuestro, nos des la gracia de permanecer en tu amor.
Te suplicamos de todo corazón que nunca nos falte tu gracia y que podamos vivir todos los días de nuestras vidas unidos a ti.
Todo esto te lo pedimos a ti, que siempre eres bueno y fiel, en nombre de Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
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