Valor
del Mes: La solidaridad, signo de esperanza
Lema del Mes: «No nos cansemos de hacer el bien» (Gal. 6, 9)
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Objetivo: Encender en el corazón de los jóvenes la llama de la esperanza, haciéndolos conscientes de la importancia de ser solidarios para reflejar el amor de Dios.
Preámbulo:
¿Estás convencido de que amas a Dios sobre todas las cosas? Si tu respuesta es no, ¿qué estás esperando? En cambio, si tu respuesta es sí, te quiero preguntar, ¿reflejas ese amor a Dios amando al prójimo?
Al finalizar esta serie de meditaciones sobre las virtudes teologales que hemos estado realizando, es necesario concluir con la mayor de todas las virtudes: «El amor» —o la caridad como también es llamada esta virtud— (Cf. 1 Corintios 13, 13).
Hoy descubriremos ese amor caritativo, gratuito e incondicional de Dios, que se debe reflejar en nuestra caridad, solidaridad y respeto a la dignidad del prójimo.
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¡Te esperamos en el Congreso! |
Oración inicial:
Ofrecimiento de sí mismo (San Ignacio de Loyola)
Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me diste, a
ti, Señor, lo torno. Todo es tuyo: Dispón de ello según tu voluntad. Dame, tu
amor y tu gracia, que estas me bastan.
Amén.
Introducción
El amor es el fuego que nos forja. Es la gracia que
nos construye y nos acerca a Dios. Es, como dice el Catecismo, «la
virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y
a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios». (Catecismo de la Iglesia
Católica, 1822).
¿Qué quiere decir esto? Que Dios, en su bondad, pone en nuestros corazones el deseo de que lo amemos a él y que reflejemos ese amor amando a los demás como nos amamos a nosotros mismos. Es decir, respetando su dignidad en todo momento con la misma intensidad que aspiramos a que se nos respete nuestra dignidad.
¿Y es posible amar así? ¡Claro que sí! ¿Cómo? Pidiéndole a Dios que nos tome de la mano y guie las intenciones de nuestro corazón.
Hoy vamos a hablar del mandamiento del amor que el mismo Jesús nos enseñó, para aprender cómo manifestar ese amor que hemos recibido de él. Pero, antes de todo, reflexionemos un poquito más sobre cómo debemos ofrecer nuestro ser al amor incondicional de Dios.
Preguntas para la reflexión
¿Amas a Dios sobre todas las cosas?
¿Por qué es necesaria la solidaridad para reflejar el amor de Dios a los demás?
¿Has sido un buen prójimo con los demás siendo solidario con alguien en su necesidad (ya sea de manera material o espiritual)?
El Buen Samaritano: Un reflejo de solidaridad, un signo de amor
Si vas habitualmente a misa o a la celebración de la palabra en tu capilla, recientemente escuchaste la parábola del Buen Samaritano. Si no, te pondré en contexto por si acaso. Jesús está hablando con un maestro de la ley que le pregunta qué hay que hacer para salvarse. Jesús le responde con otra pregunta: «¿qué dice la ley?»
El conocedor de la ley le responde: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo», Jesús lo manda a cumplir eso. No conforme con la respuesta, le insiste sobre «¿quién es mi prójimo?» Jesús le contesta: «Todo el que necesita ayuda», por medio de una hermosa parábola. Vamos a leer ahora la parábola completa y meditemos en los detalles de este evangelio que nos revela la misericordia de Dios y nos invita a todos los creyentes a ser reflejo del amor del Señor siendo solidarios con quien tiene una necesidad.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 10,25-37
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le
preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para
heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella?» Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda
tu alma.
Jesús le respondió: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la
vida.»
Pero el maestro
de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó,
cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se
marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por
aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un
levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un
samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio
lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo
en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente,
sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que
gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.”
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como
prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él contestó: «El que practicó
la misericordia con él.» Le dijo Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»
Palabra del Señor
La necesidad de trascendencia
El ser humano tiene necesidad de trascendencia. Por
eso, el maestro de la ley le cuestiona a Jesús «qué se necesita para heredar la
vida eterna». Cristo lo hace interiorizar sobre lo que el maestro de la ley
conocía, ¿qué prescriben los preceptos que debemos cumplir? Él le contesta: «Amar
a Dios y amar al prójimo».
Nuestra sed de trascender sólo puede saciarse amando a Dios y reflejando ese
amor a los demás. Se logra calmar esta sed cuando somos capaces de poner
nuestro corazón en sintonía con el amor de Dios.
Nosotros que fuimos constituidos
a imagen y semejanza de Dios estamos llamados al amor, a ser reflejos de ese
amor, porque «Dios es Amor» (1 Juan 4, 8).
¿Qué quiere decir esto? Que
nuestra aspiración natural a la trascendencia sólo puede lograrse por medio del
amor. Amando a Dios, siempre, con todo nuestro corazón, con todos nuestros
pensamientos, con lo que somos y tenemos.
Amándonos de manera sincera
a nosotros mismos. Procurando la paz que necesitamos. Evitando caer en actitudes
nocivas que nos roben la tranquilidad y respetando nuestra propia dignidad.
Para así poder amar de verdad al prójimo como Dios espera que les amemos.
¿Quién es mi prójimo?
En ocasiones, nos parecemos
al maestro de la ley. Queremos que Dios nos dé sólo la respuesta que deseamos
oír y no prestamos atención a lo que Él, en su amor, nos invita a vivir. Jesús le
dice que es así como él dice, que viva así como ha indicado y que, esa
aspiración de conocer a Dios se realizará en su vida. Pero él desea justificar
su pregunta y cuestiona sobre «¿quién es su prójimo?»
Querido joven, a ti te digo
hoy que tu prójimo no es sólo quien comparte tu fe. Hasta un ateo es tu
prójimo. Tu prójimo no es sólo el que vive en tu mismo barrio o residencial en
Licey, también es ese que vive cerca del Río, o en la calle. Es tu prójimo
también el haitiano que ha migrado de su país huyendo de la violencia, así como
el dominicano que ha salido de aquí buscando mejores condiciones de vida.
¿A dónde quiero llegar? A
que cada uno de nosotros debe ser prójimo del otro. Que todos debemos respetar
la dignidad que todos tenemos por el simple hecho de ser personas y de ser hijos
de un mismo Padre.
¿Y por qué la solidaridad es el reflejo de mi amor a Dios?
Cualquiera puede decir que
ama a Dios. Cualquiera puede ayudar con lo que le sobra. Pero, cuando ponemos el
corazón en la miseria del otro ahí, en ese momento estamos reflejando el amor
al prójimo que enseña Jesús.
La parábola es muy clara.
Un hombre es atacado por unos asaltantes que han puesto el deseo de hacer daño
por encima del bienestar y la dignidad del otro. Estos maleantes lo muelen a
golpes y lo dejan por muerto.
Un sacerdote judío que era
cumplidor de la ley sabía que en Levítico 21 —la misma ley que le ordenaba Amar
a Dios sobre todas las cosas— le indicaba que si se acercaba a un cadáver —que
no fuera de un familiar—, caería en impureza (Levítico 21, 11). Por eso hizo un
rodeo y siguió de largo. Lo mismo hizo el levita.
¿Eran malos? ¡No sabemos!
Lo que sí sabemos es que querían cumplir uno de los 613 preceptos de la Halajá.
En eso pasó un samaritano (dice la lectura), enemigo histórico de cualquier judío.
Al ver al hombre malherido sintió misericordia.
Él, a pesar de ser su
contrario, lo curó. Lo trasladó a un lugar seguro. Lo cuidó toda la noche. Al
partir dejó paga la posada donde se recuperaría y aseguró que si algo se
gastaba adicional también lo pagaría.
¿Quién demostró que amaba a
Dios? El que entendió que para amar a Dios con todo el corazón debes cuidar
también la dignidad del otro.
¿Quién demostró que amaba
al prójimo como a sí mismo? El que procuró respetar la vida por encima de
cualquier otro precepto.
¿Cómo seremos prójimos de
los demás? Respetando al otro, sea quien sea y siendo misericordiosos con todos.
No siempre compartiremos la misma opinión. No siempre veremos la vida de la
misma manera. Sin embargo, siempre debemos esforzarnos por actuar con
misericordia.
La trascendencia de la solidaridad
¿Sólo dando pan al hambriento
somos solidarios? No, o no solamente. Hay hambrientos de pan y también hambrientos
de un abrazo. Hay quienes tienen necesidades económicas y quienes necesitan
sentirse valorados, escuchados, respetados. Si queremos ser signos del amor de
Dios debemos abrir los ojos del corazón y ver con misericordia a ese que está
en depresión. Debemos mirar con la misma compasión y el mismo amor que nos
tenemos a ese que pide un pan y a aquel que su hambre es de consuelo.
El mundo necesita buenos
samaritanos. Sé tú ese que acude con piedad a la necesidad del otro.
Reflexionando sobre el tema
Dios, quien es amor y nos
ama, desea que nosotros, sus hijos muy amados, seamos signo de su amor en medio
del mundo. La manera en la que Él espera que mostremos su amor es siendo
solidarios con todas las personas necesitadas. Tanto con aquello que tienen
necesidades materiales como con aquellos que necesitan muestras de afecto.
Ahora, partiendo de lo escuchado
en este tema hagamos introspección:
¿Qué haré
cuando vea a una persona que se aísla o que se siente solo? ¿Lo criticaré o saldré
a su encuentro para mostrarle el amor de Dios?
¿Qué haré cuando vea a una persona que está pidiendo
en la calle? Si tengo posibilidades. ¿lo ayudaré o me haré el indiferente?
Si un miembro de mi
comunidad juvenil se aleja del grupo, ¿lo dejaré que se vaya o lo buscaré para
ver qué ocurrió?
Ahora, envía un mensaje de WhatsApp a una o varias personas que son importantes para ti y tienes mucho que no le dices que los amas.
O si por casualidad conoces a alguien que no está
pasando un buen momento, escríbele un mensajito. Siempre es bueno recordarle al
que está en momentos de dificultad que Dios lo ama. También, si lo consideras
oportuno, ponte a su disponibilidad para conversar o brindarle alguna ayuda.
A modo de conclusión
Aprende esto:
Somos el abrazo que damos al que tiene el corazón
quebrantado.
Somos el consejo que damos al que no encuentra
una solución a sus situaciones.
Somos la oración que elevamos a Dios por aquellos
que necesitan encontrar la paz o el pan.
Canción de reflexión
Escuchemos ahora esta hermosa oración hecha canción. Tomad, Señor y Recibid - San Ignacio de Loyola (Coro Cantaré)
Oración final
Amado Dios. Gracias por tu amor y por colocar en
mi interior el deseo de amarte y de amar a los demás.
Dame la gracia de amarlo todo en tu amor. Que
pueda vivir acorde con el mandamiento de tu amor. Que yo pueda ser siempre un
testigo de tu gracia y que donde quiera que me encuentre sea testigo tuyo.
Amén
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